Inexorable, el tiempo pasa. Depende cómo nos vamos poniendo. La banda de sur bonaerense convocó y evocó a sus décadas con más ánimo revisionista que de celebración en el marco de un show dual donde revelaron madurez compositiva y sónica y descargaron ese espíritu que huele y fluye siempre adolescente. Al fin y al cabo dos caras del mismo y el otro yo.
Poca gente fuera y un frío que a muchos comprime dentro, acorde a la fecha. Hay campo un tanto pelado que de a poco va cosechando lo que El Otro Yo sembró en dos décadas de carrera de independencia y siembra directa. Entonces esto va tomando color y hay chicas y chicos móviles que sin retenciones se abrazan, se besan indistintamente y el rol de actores que obra en Obras se inmortalizan al clic del foto – foto – foto.
Es un sábado políticamente incorrecto y caliente tan cerca del Río de la Plata y no tan lejos de esa Plaza de Mayo donde sectores que se arrogan ser pueblo más que saber de que se trata quieren imponer cuestiones intratables a esta altura.
Acá en el barrio de Núñez se trata de adolescentes y otros que resisten al DNI que aguardan por quienes en algún caso puntual bordean o pasan los 40 sin denotar una sola arruga. Y hay también una lista de 40 temas, sí cuarenta, populares cerradas, plateas raleadas y un piso un tanto indócil e infértil. Pero la semilla punk devenida en indie-post-pop-psicodelico-sónica prende enseguida cuando suena “Inmaduro”, toda una declaración de principios para decir acá estamos.
Cristian y Maria Fernanda Aldana, Ray y Gabriel Guerrisi destellan más blanco que negro a bordo de un sonido demasiado clean para el EOY quizá muy a tono con esa bombucha de laboratorio bien blanca que viste el cantante.
Y empiezan a pasar el desafío con “Apocalipsis”, “10 mil”, “Cometa”, “Corazones” y “Autodestrucción”; y de la blancura salen airosos aunque sin palabras alusivas ni espíritu de celebración. Y sin Gianola por suerte.
Material de sus once discos y etapas se sucedieron entre la energía de sus fans más proclives a mostrarse que mostrar. Bailotean, saltan y poguean dócilmente o se comen la boca como tantas chiquitas quinceañeras que en este ámbito no dudan en develar su otro yo sin miradas indiscretas sólo atentas para la crónica.
Ya dijimos que no hay alusiones a los 20 años ni clima de fiesta. Tampoco reclamos. Sí un intervalo un tanto largo para cambiar de época. Y tras un pscodélico tema cantado por una casi suspendida en el aire Maria Fernanda Aldana y su eterna voz aniñada aparece el otro yo de el otro yo, y devienen más punkies, bailables como arengó el líder, enérgicos, más sucios y desprolijos.
Sube la temperatura con “Corta el pasto” , “69”, “E.O.Y”, “La Tetona” y “Sexo en el elevador”. Y ya son voces, cuerpos, piernas que se agitan previos a un cierre anunciado con “Volcán “ aunque la lava oel magma sónico ya hayan corrido y dejado sus huellas. De 20 años de carrera, huella que no es arruga porque se reinventan a sí mismos aunque a veces caigan en letras naif y un tanto inverosímiles. Agradece Cristian lo recaudado en alimento para “un comedor de Temperley de allá de donde somos nosotros” sólo para contextualizar y no hacer bandera del barrio, algo que por género no permiten ni se permiten. Hay como en todos lados, un “Hombre de mierda “ pero aquí mientras el sábado agoniza , hay algarabía. “Alegría”, coreada y bailada. De eso que tanta falta. Y que entre tanta miseria que se note .
Por Sergio Corpacci
Es un sábado políticamente incorrecto y caliente tan cerca del Río de la Plata y no tan lejos de esa Plaza de Mayo donde sectores que se arrogan ser pueblo más que saber de que se trata quieren imponer cuestiones intratables a esta altura.
Acá en el barrio de Núñez se trata de adolescentes y otros que resisten al DNI que aguardan por quienes en algún caso puntual bordean o pasan los 40 sin denotar una sola arruga. Y hay también una lista de 40 temas, sí cuarenta, populares cerradas, plateas raleadas y un piso un tanto indócil e infértil. Pero la semilla punk devenida en indie-post-pop-psicodelico-sónica prende enseguida cuando suena “Inmaduro”, toda una declaración de principios para decir acá estamos.
Cristian y Maria Fernanda Aldana, Ray y Gabriel Guerrisi destellan más blanco que negro a bordo de un sonido demasiado clean para el EOY quizá muy a tono con esa bombucha de laboratorio bien blanca que viste el cantante.
Y empiezan a pasar el desafío con “Apocalipsis”, “10 mil”, “Cometa”, “Corazones” y “Autodestrucción”; y de la blancura salen airosos aunque sin palabras alusivas ni espíritu de celebración. Y sin Gianola por suerte.
Material de sus once discos y etapas se sucedieron entre la energía de sus fans más proclives a mostrarse que mostrar. Bailotean, saltan y poguean dócilmente o se comen la boca como tantas chiquitas quinceañeras que en este ámbito no dudan en develar su otro yo sin miradas indiscretas sólo atentas para la crónica.
Ya dijimos que no hay alusiones a los 20 años ni clima de fiesta. Tampoco reclamos. Sí un intervalo un tanto largo para cambiar de época. Y tras un pscodélico tema cantado por una casi suspendida en el aire Maria Fernanda Aldana y su eterna voz aniñada aparece el otro yo de el otro yo, y devienen más punkies, bailables como arengó el líder, enérgicos, más sucios y desprolijos.
Sube la temperatura con “Corta el pasto” , “69”, “E.O.Y”, “La Tetona” y “Sexo en el elevador”. Y ya son voces, cuerpos, piernas que se agitan previos a un cierre anunciado con “Volcán “ aunque la lava oel magma sónico ya hayan corrido y dejado sus huellas. De 20 años de carrera, huella que no es arruga porque se reinventan a sí mismos aunque a veces caigan en letras naif y un tanto inverosímiles. Agradece Cristian lo recaudado en alimento para “un comedor de Temperley de allá de donde somos nosotros” sólo para contextualizar y no hacer bandera del barrio, algo que por género no permiten ni se permiten. Hay como en todos lados, un “Hombre de mierda “ pero aquí mientras el sábado agoniza , hay algarabía. “Alegría”, coreada y bailada. De eso que tanta falta. Y que entre tanta miseria que se note .
Por Sergio Corpacci
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