-Sonó el teléfono en casa de mis viejos y empecé a hablar con un pibe que me decía que era Ricky de Flema. Yo no lo conocía personalmente, sólo al grupo. En ese primer llamado me dijo que le gustaba El Otro Yo, que le gustaba mucho Mundo, que era el disco que habíamos editado en 1995. Esto pasó en 1998. Primero hablamos un poco de nuestros grupos, después me hablo de cosas que le pasaban con algunas canciones mías. Al principio la charla fue esa, y de paso tanteo si yo era un agrandado o un pibe común de barrio como él. Los dos nos tiramos buena onda y de golpe parecía que nos conocíamos de toda la vida.
-¿Y cuándo se vieron?
-Lo encontré en una oficina en Santa Fe y Rodríguez Peña, cuando le lleve los discos a Tórtola para que los distribuyera. Esa vez, yo estaba esperando para cobrar y parecía que no me podían pagar. Ricky escucho que no había guita para mí. Entonces se acercó y me dijo: “¿Qué pasa? ¿No te van a pagar? ¿Necesitas plata? Yo te presto”. Yo lo mire y pensé: “¡Qué loco este chabón que ni me conoce y me quiere prestar dinero!” Le dije que no se hiciera problema, que iba a estar todo bien.
-¿Y que pasó después?
-Me invitó a tomar un jugo de naranja, porque sabía que no bebo alcohol. El chabón justo estaba haciendo rehabilitación. Estaba limpiándose de los efectos de los excesos. Yo creo que a mí me veía como el otro extremo de lo que era él. Fuimos a un bar a la vuelta. Pedimos un par de jugos y estuvimos charlando un rato. Me decía: “Vos que no tomas alcohol…”.
-¿Iba a visitarte a las oficinas de El Otro Yo?
-Sí, y siempre tría una gaseosa; nunca venía con cerveza. Yo le decía: “No me cabe que vengas a chupar acá. Sabes que esta todo bien pero no me copa. Si querés eso, hacelo con otros amigos que tengas”. Siempre fuimos muy sinceros con la relación que tuvimos.
-¿Estaba como desorientado ante el mercado discográfico?
-Yo notaba que le chupaba un huevo el mercado; era muy punk. Realmente era un auténtico punk. Creo que en un momento como que quería despegar, ya que se daba cuenta de las posibilidades que tenia para llevar adelante su carrera, porque era un tipo muy inteligente. También dio para que se autoeditara. Hacia todos negocios que en realidad eran de amistad. Y la gente, como lo quería, a pesar de toda su locura, confiaba y lo bancaba. Así logro llevar su proyecto de la última etapa. Estuvo bueno porque estaba activo con todo eso: salía, dejaba discos en Locuras…
-¿Alguna vez discutieron por ser diferentes?
-Por ser diferentes no, pero hubo una vez que cayó a la oficina que teníamos en la calle Ayacucho y nos peleamos. Con nosotros trabajaba una chica que se llamaba Elizabeth y lo quería mucho. Ricky apareció re loco, hizo quilombo, empezó a delirarla. Y yo me calenté ¿viste cuando te calentas con un amigo?, y le dije: “Vos, loco, sos pulenta?, yo también soy pulenta, ¿Qué querés, que nos caguemos a piñas?”. Estábamos en la puerta a punto de boxearnos. Y le dije: “¡Hijo de puta, ándate a la mierda, forro, ya et dije que no me cabe que vengas así, loco; venís a hinchar las pelotas!”. Se fue y pasaron tres días en que ambos nos quedamos medio mal. Viste cuando te peleas con un amigo y decís “la concha de la lora, que pelotudo”. Después nosé si me llamo él o yo, la cuestión es que hablamos por teléfono y nos arreglamos. El chabón siempre me decía que me quería mucho, pero no era que se quedaba en eso nada más, me abrazaba y me decía: “Yo te quiero, Cristian”…Después de aquella pelea nos amigamos por teléfono, al día siguiente pasó por la oficina, nos abrazamos y todo bien. Es que yo lo quería la chabón, lo que pasa es que a él a veces… bah, había que aceptarlo como era. El me aceptaba, yo tampoco soy perfecto; nos aceptábamos mutuamente. Y bueno, nos cágabamos de risa igual, cuando nos poníamos a charlar nos divertíamos. Después hubo como un intercambio cultural: nos prestábamos libros.
-¿Qué libros se prestaron?
-Yo le preste uno que se llama las 7 leyes espirituales del éxito y el a mi uno que se llamaba el hijo del diablo. Después nos juntábamos y me comentaba lo que había leído. Recuerdo que estaba bueno el libro que me prestó, ¡la locura que tenía! Hablaba mucho de cómo era él. Ricky era muy… ponele cuando había sacado el disco, bajamos a la calle y se cruzó con un viejo y le dijo: “Toma, te regalo mi disco”. El tipo lo miraba sin entender, y el insistió: “Nosé, es una mierda pero te lo regalo”. Lo hacia porque se le cantaba el orto. Y el libro que yo le había prestado hablaba de todo eso, y cuando surgía la conversación sobre esos textos decía: “Si, yo soy así como dice el libro”. Como que había sacado una conclusión.
-¿Compartían salidas?
-Sí, fuimos al Village Recoleta a ver una película que él ya había visto, fue en esa época que habíamos hecho el intercambio de libros. Se llamaba Happienes. Estábamos viendo la película, que estaba buena porque tenia algunas partes emocionantes, y de golpe Ricky se puso a llorar como un loco con lo que estaba viendo. Había cosas del filme con las que se identificaba y lo hacían llorar. Es que el era un alma en sufrimiento pero en vida.
-¿Y después que hicieron?
-Hasta ahí todo bárbaro, la pasamos joya. Cuando salimos del cine, me dijo: “¿No me llevas a casa?”. Y le dije: “Bueno, dale, a mi ni me cuesta nada; yo tengo que ir para Temperley, así que no hay problema”. Estábamos en viaje, eran como las dos de la mañana y de repente me dijo: “Para, antes de ir para casa tengo que pasar por lo de un amigo, ¿me haces la segunda?”. “Y bueno, dale, si esta todo bien”, le contesté. Me llevó a un almacén que quedaba en una esquina en la que habían un montón de chabones escariando. Yo pensé: “¡No donde me trajo este chabón!”. Y le dije: “Acá nos cogen, nos van a afanar todo”. Y él me respondió: “No, no, son unos amigos míos, bancame un toque”. Se bajó y nosé que hizo. El asunto fue que volvió a la camioneta y yo estaba re caliente, y se lo expresé: “Ricky sos un forro, la pasamos bien, vamos al cine y me utilizas a mí, que soy re careta para hacer la historia, me pones en peligro de que me afanen”. “No, pero son amigos míos”, replicó. “¿Te parece que son amigos tuyos los que te venden droga? ¿Cómo es la onda? ¿Son amigos tuyos? Si te haces mierda con ellos”. Y no se quería bajar del vehículo. Me decía: “Perdóname, perdóname”; y yo “No, sos un forro, ¿Por qué abusas así de mi amistad, me estas faltando el respeto, me traes acá, me metes en un quilombo…”. Y él insistía “perdóname, por favor”.No se quería ir, se ponía denso, no se quería bajar. Nuestra discusión parecía esa cuando estas de novio y te peleas con tu pareja. Al final se bajó y yo me quede mal. Todo eso como que me distancio de él. Me sentí engañado, porque el chabón me dijo una cosa y resulta que era otra; me tiró para atrás, me quede muy mal.
-¿Y como se amigaron de nuevo?
-Cuando lo volví a ver tuvimos una conversación sobre el tema, me pidió perdón y se me pasó el enojo. Para mí que él repetía todo el tiempo la misma historia. Supongo que con Meche también vivía algo similar: “No lo voy a hacer más, no lo voy a hacer más”, diría. Comentaba que mi forma de ser era parecida a la de su novia. Siempre le recomendaba que fuera libre, pero que se cuidara, porque cuando vos querés a alguien no querés que esté mal. Creo que el siempre media a las personas y trataba de llevarlas al extremo, al punto que terminaba diciendo: “Flaco, te re cago a piñas”. Todo el tiempo le buscaba el borde a la gente, a ver hasta donde daba, y cuando encontraba el borde, aflojaba. Porque quien lo quería aprendía a perdonarlo. Por eso pudimos seguir siendo amigos.
-¿Qué te contaba de su noviazgo?
-Lo primero que había para él era su novia. Era un garrón cuando estaba mal con ella. Y casi siempre estaban peleados. El pensaba que ella no lo iba a perdonar y se bajoneaba. Recuerdo que se fue a Bahía Blanca a tocar, se quedó a ver a Almafuerte y no volvió. Cuando regreso, a la semana, me contó: “Mi novia me quería matar porque ni la llamé, pero no tenía ni un mango”. Todo giraba en torno a ella, pero al mismo tiempo no valoraba su noviazgo porque el mal uso de su libertad terminaba atentando con su relación afectiva.
-Hasta el punto en que se fue a vivir con otra chica paralelamente a su noviazgo con Meche.
-Cuando grabamos el tema de Colmena, él estaba viviendo en la casa de una chica en Barracas que era medio ricotera. Yo pasé a buscarlo por ahí. Ella llevaba puesta una remera de los Redondos. Cuando nos fuimos, le pregunté: “¿está que onda?”. Y él me contestó: “Tengo la ricotera, tengo una stone por ahí y tengo la dark…”.
-¿Cómo surgió la idea de que Ricky participara en un disco de ustedes?
- Siempre que venia ala oficina me decía que estaría bueno hacer alguna canción juntos. Era difícil lograrlo, hasta que un día hice un tema y me pareció que daba para que lo hagamos juntos. Lo llame para invitarlo y se puso contento. Fue en un momento medio loco, porque antes habíamos tenido como un encontronazo, justo en mi cumpleaños de 2002, el 5 de mayo.
-¿Otra vez se pelearon?
-Esa noche habíamos tocado en EL Borde, en Temperley, y el chabón apareció para saludar. Me regalo un pañuelo stone. Estaba solo, borracho, descontrolado y puteaba
a la gente. Después, cuando estaba en el baño del camarín cambiándome, él se metió detrás de mí. Me decía que me quería. Yo le decía: “Pará, déjate de joder que estoy en pelotas, van a pensar que somos putos”. “No importa, no importa, vení”, decía el loco. ¡Nos cágabamos de risa y estaban todo ahí afuera! Hubo un momento en el que se puso tan pero tan denso que le hizo chistes de mal gusto a María Fernanda, mi hermana, y ella lo mando a la mierda. Entonces Ricky se calentó y se fue dando u portazo. Nosotros subimos a tocar y cuando empezamos a hacer el tema Alegría, que a él le gustaba, de repente vimos que la gente lo levanto en alzas y lo puso sobre el escenario. Empezó a cantar y se cagaba de risa. Yo entonaba “Alegríiiiiaaa…”, y él, desde el otro micrófono, gritaba: “Cocaína…”. Entonces dije: “¡Nooo, que hijo de puta!”. Cuando finalizó el show nos amigamos de vuelta. Al rato me pidió que lo llevara hasta su casa porque estaba borracho. Yo estaba cansado, pero no me costaba nada porque tenía que ir para el centro. Solo me tenía que desviar un poquito.
-¡Uy, no me digas que otra vez se mandó otra de las suyas!
-Se sentó en el asiento de atrás. También venían unas amigas y la madre de Ezequiel, el baterista. Ricky estaba re loco y no paraba de bardear. Le tocaba el culo a una de las chicas y las hacia enfurecer. “¡Pará, nene! ¡Qué te pasa!”, le decía la chica indignada. Y el le respondía: “Nada, nada, te estoy haciendo una caricias”. Yo me cagaba de risa y le daba charla para que se cebara hablando conmigo y no delirara a la gente, porque yo lo llevaba de beuna onda, pero quería que se comportara. En un momento llegamos a Barracas y empezamos a dar vueltas porque no se acordaba donde quedaba la casa de la ricotera.
-¿Te habló alguna vez de su hijo?
-Sí, y una de las cosas más grosas que me pasó fue la vez que apareció acá con él, poco antes de haber fallecido. Era igualito a él, pero en chico. Me contó toda la historia, que la madre vivía en la villa y que veía muy poco al hijo. Fue un sábado por la tarde que cayó. “Tengo un hijo, es un quilombo tener un hijo. Está bueno igual”, decía sonriente. El nene era divino, se reia igualito a él. Ricky parecía un padre inexperto. Pero al mismo tiempo lo veía entusiasmado. Me acuerdo que le convidé un yogur al nene. Estuvo bueno porque sentí que compartió una intimidad conmigo que para él era importante. La madre tuvo la iniciativa de que se acercara al hijo. Por lo menos eso me contó.
Entrevista a Cristian Aldana para el libro "El último punk" de Sebastián Duarte.
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