la umi contra el gobierno
El día en que el rock demandó al Estado

El 18 de abril, el juicio fue declarado admisible por tres de los cinco jueces del Tribunal. Y la semana pasada llegó la ansiada audiencia pública. En una tarde de lluvia, Esteban Agatiello –letrado y tecladista de Ritcher– y el mismo Boris expusieron sus razones ante el Tribunal; Víctor Zamenfelt, las suyas como asesor letrado de la apoderada del gobierno, María Cristina Mascialino, y Luis Cevasco, las de la fiscalía. Agatiello bombardeó a preguntas: “¿Acaso la música en vivo cambia las condiciones de higiene, seguridad, salubridad o de señalización? ¿Acaso la actividad en sí misma es peligrosa o lo son las condiciones en las cuales se desarrolla? ¿Qué es lo que vuelve peligroso un establecimiento? ¿Las condiciones en que se encuentre o que haya una persona que toque una guitarra? ¿Acaso la falta de música en vivo resulta sinónimo de seguridad?”.
Boris sacó la guitarra frente a los jueces y tocó: “¿Alguien se sintió inseguro?”. Cevasco los acusó de pretender una anarquía normativa, y Zamenfelt no le fue en zaga: “La necesidad de contar con permisos especiales para la realización de espectáculos musicales no puede ser considerada absurda, porque cada actividad tiene su propia especificidad”.
¿El nudo? El gobierno exige a los espacios un permiso especial, con 15 días de antelación, sólo si se trata de un espectáculo musical. “Como músicos no podemos aceptar que se instale el concepto de que la música en vivo es un elemento peligroso para la sociedad”, sostiene la UMI. En dos meses estará la sentencia. Mientras, los megafestivales y el circuito restringido de espacios sigue siendo un corralito demasiado cómodo. Y, sobre todo, arbitrario.
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