Su música suena en la obra Corazón idiota y antes en puestas de Julio Chávez, Vivi Tellas o Agustín Alezzo. Además, mantiene su proyecto continuo, lanza un disco producido por Santaolalla y se presentará en marzo en el Centro Konex.Diego Vainer se dedica a la electrónica desde hace más de dos décadas con un proyecto continuo al que llama “Fantasías animadas”. Pero esta travesía personal, solitaria, en los últimos años se fue cruzando con propuestas esencialmente colectivas: primero como compositor para obras de teatro –se puede escuchar su último trabajo en Corazón idiota– y luego con un disco pensado, diseñado y producido de a tres –junto a Daniel Martín y Diego Kerpel– que se acaba de editar con el nombre de Terraplén con el padrinazgo de Gustavo Santaolalla.
“Son dos cosas que surgieron sin que yo las buscara –cuenta–. Nunca estuvo en mis planes, por ejemplo, trabajar en teatro; es más, no iba nunca al teatro. Hasta que allá por el 98 me llegó una propuesta de los chicos de El Descueve para hacer la música de Todos contentos”.
–¿Ellos te conocían?–No, me habían venido a ver a una serie de shows que yo estaba dando con Daniel Melero y ahí me dijeron que querían que les hiciera la música. Y a partir de ese momento seguí trabajando con ellos, y me llamaron otros directores, como Vivi Tellas para La casa de Bernarda Alba, Agustín Alezzo para Rose o Julio Chávez para Como quien mata un perro, entre otras obras. Todos con propuestas muy ricas para lo que a mí me interesaba.
–¿Cómo se compone para teatro?–El procedimiento es siempre diverso porque depende de si la obra es de texto, de improvisaciones, si tiene un código más corporal, si yo entré durante el ensayo o en la etapa de posproducción... Siempre, siempre es distinto. Y se dio que trabajé con todos estos casos. Pero más que de música, hablo de sonidos, porque lo musical, en lo escénico, trasciende la partitura.
–¿La música tiene un peso definitivo en la obra?–La música es otro conducto narrativo que va a en paralelo y puede solapar, potenciar o pisar la obra. En realidad, todo lo que sea musical y sonoro tiene que ser administrado según la intención de la puesta: si tiende a valorar el texto, el diseño sonoro tiene que estar a las órdenes de ese texto. Me ha pasado de llegar a un ensayo con la música lista y darme cuenta de que no funcionaba porque había demasiados lenguajes superpuestos. Ahí es cuando tengo que hacer un trabajo de empezar a sacar cosas.
–¿Y ahora te gusta el teatro?–¡Sabés que sí! Igual creo que, más allá de que me guste el teatro o no, desarrollé un pensamiento musical que tiene que ver con lo escénico. Ahora que lo pienso, estuve más veces en una sala teatral que en pruebas de sonido para un concierto.
–Pero también tenés tu otro costado como compositor, con el disco Terraplén. ¿Cómo surgió el proyecto? –Hace cuatro años me llamó Santaolalla, con quien había trabajado para el primer disco de Bajofondo, y me dijo que quería que me juntara con Gaby Kerpel y Dani Martín porque le parecía que podíamos generar algo interesante. Nos propuso que intercambiáramos música y empezamos a hacerlo: cada uno le mandaba al otro sus temas para que los interviniera. La idea era armar un proyecto que pudiera repensar la música folclórica.
–Hasta ese momento, ¿cuál era tu vínculo con el folclore? –Hasta ahí era escaso, para mí fue un código muy novedoso, que tampoco me propuse abordar con purismo. Mi forma de aportar no tenía que ver con esa lectura del folclore, sino con el hecho de que, en el momento de diseñar sonidos, iba cortándolos en la parte que aparecían formas folclóricas, y quizá mi vínculo con el folclore tenga que ver con los aspectos rítmicos y en cómo el género incorpora el ruido.
–Algo que está muy conectado con la electrónica, ¿no? –Sí, son texturas que se generan con elementos que tienen timbres de poca pauta, hay mucho de artesanal en la producción del folclore, como lo hay, a su modo, en la electrónica.
–¿Cómo definirías el disco Terraplén?–Creo que es el resultado de juntar a tres músicos y compositores que además somos productores –yo trabajé de productor de bandas como El Otro Yo–, que tenemos otro tipo de vínculo con el folclore y con la electrónica. Nunca nos propusimos ser reconocidos entre los folcloristas ni entre los músicos de electrónica. Básicamente porque pensamos, al menos pienso yo, que la electrónica no es un género sino un medio, en este caso para buscar sonidos folclóricos. Me gusta pensarme como un buscador de sonidos más que como un instrumentista de un género. Y éste es un proyecto, además, muy novedoso por la manera de trabajar, porque somos tres, además de los invitados. Y la música electrónica, en general, es muy solitaria.