Al rescate de las bandas
Lo acusó de discriminar a los músicos al imponer “permisos especiales” para que toquen en bares y boliches. El fantasma de la inseguridad.
La Renga, Vox Dei y El Otro Yo son tres de las 1.700 agrupaciones de músicos que salieron a dar batalla para que la música en vivo no desaparezca. Y a ellos se les suma el INADI, que acusó al gobierno porteño de ser discriminatorio a la hora de conceder permisos para tocar en bares, cines y boliches de la ciudad.
A través de su dictamen 27/08, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) consideró que “de acuerdo a la ley 23.592, los permisos especiales que se les requieren a los músicos que tocan en vivo en la Ciudad de Buenos Aires resultan discriminatorios”. En el centro de la controversia está el artículo 15 de la ordenanza 24.654, que establece el requerimiento de un “permiso especial” y que pone un tope de “cinco artistas” en escena para que el espectáculo pueda ser llevado a cabo, además de fijar un límite horario para su ejecución. También, se exige el listado de los músicos que pasarán por el lugar con un año de anticipación, y con especificación de nombres y género musical. Con todos esos requisitos, los lugares habilitados para tocar en vivo se redujeron a menos de un 10 por ciento.
Diego Boris, presidente de la Unión de Músicos Independientes (UMI) llevó su guitarra a la audiencia pública. “El gobierno de la Ciudad legisló con el criterio de que el peligro es la música y no las condiciones en las que se desarrolla”, dijo ante el Tribunal Superior de Justicia. Acto seguido, desenfundó su guitarra y tocó la canción “Cuando el amor no se pone de acuerdo”. Después de la última estrofa, preguntó: “¿Se alteró el orden o la seguridad de este lugar por haber tocado? Creo que no”. Y el tribunal se pronunció a favor de la Unión de Músicos Independientes. Esta escena ocurrió en febrero último, cuando la UMI, que agrupa a unas 1.700 bandas y solistas, presentó su denuncia.
“Imaginate esto: la otra vez fui a ver tocar a unos amigos y, cuando estaban por empezar a tocar, el dueño se puso a gritarles que escondieran los instrumentos porque venía el inspector”, contó Cristian Aldana, cantante de El Otro Yo. “Tenían que esconder la batería, las guitarras, todo enfrente de sus familias, sus novias, los amigos. Y en ese bar, la noche anterior hubo una obra de teatro que no tuvo problemas. En un bar se puede recitar poesía, actuar o bailar, pero no puede aparecer un instrumento. Es un gran mal que le están haciendo a la música.”
“No podemos aceptar que se instale el concepto de que la música en vivo es peligrosa para la sociedad. Luego de la tragedia de Cromañón, todos comprendimos la locura que significaba encender una bengala en un lugar cerrado. Pero el gobierno de la Ciudad legisló con el criterio de que el peligro es el instrumento y no el estado del lugar.”
La música en vivo quedó restringida a un público de alto poder adquisitivo o a los espacios clandestinos. “Si exigen las mismas normas para lugares que reciben a 100 personas y otros de cinco mil, los gastos se vuelven imposibles”, dijo Aldana. Y Boris agregó que “cerraron un Centro Cultural por no tener una máquina de preservativos homologada por el gobierno. Es un delirio”. Las performances son parte fundamental en la profesión del músico. “Se festejaron los 40 años del rock nacional, pero cada vez es más difícil desarrollarlo y están sacando los medios para que crezca. ¿Qué pasaría en el mundo si no hubiera música?”, concluyó Aldana.
A través de su dictamen 27/08, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) consideró que “de acuerdo a la ley 23.592, los permisos especiales que se les requieren a los músicos que tocan en vivo en la Ciudad de Buenos Aires resultan discriminatorios”. En el centro de la controversia está el artículo 15 de la ordenanza 24.654, que establece el requerimiento de un “permiso especial” y que pone un tope de “cinco artistas” en escena para que el espectáculo pueda ser llevado a cabo, además de fijar un límite horario para su ejecución. También, se exige el listado de los músicos que pasarán por el lugar con un año de anticipación, y con especificación de nombres y género musical. Con todos esos requisitos, los lugares habilitados para tocar en vivo se redujeron a menos de un 10 por ciento.
Diego Boris, presidente de la Unión de Músicos Independientes (UMI) llevó su guitarra a la audiencia pública. “El gobierno de la Ciudad legisló con el criterio de que el peligro es la música y no las condiciones en las que se desarrolla”, dijo ante el Tribunal Superior de Justicia. Acto seguido, desenfundó su guitarra y tocó la canción “Cuando el amor no se pone de acuerdo”. Después de la última estrofa, preguntó: “¿Se alteró el orden o la seguridad de este lugar por haber tocado? Creo que no”. Y el tribunal se pronunció a favor de la Unión de Músicos Independientes. Esta escena ocurrió en febrero último, cuando la UMI, que agrupa a unas 1.700 bandas y solistas, presentó su denuncia.
“Imaginate esto: la otra vez fui a ver tocar a unos amigos y, cuando estaban por empezar a tocar, el dueño se puso a gritarles que escondieran los instrumentos porque venía el inspector”, contó Cristian Aldana, cantante de El Otro Yo. “Tenían que esconder la batería, las guitarras, todo enfrente de sus familias, sus novias, los amigos. Y en ese bar, la noche anterior hubo una obra de teatro que no tuvo problemas. En un bar se puede recitar poesía, actuar o bailar, pero no puede aparecer un instrumento. Es un gran mal que le están haciendo a la música.”
“No podemos aceptar que se instale el concepto de que la música en vivo es peligrosa para la sociedad. Luego de la tragedia de Cromañón, todos comprendimos la locura que significaba encender una bengala en un lugar cerrado. Pero el gobierno de la Ciudad legisló con el criterio de que el peligro es el instrumento y no el estado del lugar.”
La música en vivo quedó restringida a un público de alto poder adquisitivo o a los espacios clandestinos. “Si exigen las mismas normas para lugares que reciben a 100 personas y otros de cinco mil, los gastos se vuelven imposibles”, dijo Aldana. Y Boris agregó que “cerraron un Centro Cultural por no tener una máquina de preservativos homologada por el gobierno. Es un delirio”. Las performances son parte fundamental en la profesión del músico. “Se festejaron los 40 años del rock nacional, pero cada vez es más difícil desarrollarlo y están sacando los medios para que crezca. ¿Qué pasaría en el mundo si no hubiera música?”, concluyó Aldana.
Diario Crítica de Argentina
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